martes, 7 de junio de 2011

Crece el gasto per capita en salud. Informe FAOSDIR

No es una novedad que los países en determinado momento de su fase de desarrollo empiezan a gastar más en salud que incrementan sus ingresos. Esta evidencia ha sido observada en los países desarrollados donde, independientemente del formato institucional que adopten sus sistemas de salud, la constante es que cada año el incremento en el gasto per capita de salud es superior al incremento del Producto Bruto Interno per cápita. Así ocurre en EEEUU, con su sistema fuertemente apoyado en el sector privado, en Alemania, Francia, Bélgica u Holanda, con sus sistemas de seguridad social, en Inglaterra, Canadá o España con sus sistemas estatales.

En Argentina, este fenómeno también se produce. Según datos publicados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el gasto per capita en salud en Argentina era en 1997 de 893 dólares mientras que en el 2007 fue de 1.322 dólares. Esto implica un incremento promedio anual de 4,9%. En el mismo período, el Producto Bruto Interno per capita pasó de 9.110 dólares a 13.340 dólares, es decir, un crecimiento promedio anual de 3,9%. En todos los casos, el valor del dólar que se utiliza para la medición está ajustado por paridad de poder de compra lo que significa que los datos son comparables aun cuando haya mediado la gran devaluación del 2002. Aunque la diferencia parezca pequeña (1 punto porcentual por año) para tener una idea de su magnitud sirve señalar que a este ritmo el gasto en salud per capita aumenta un 100% cada 15 años mientras que el ingreso per capita un 77%.

¿Por qué tiende a crecer tanto el gasto en salud? Seguramente por fallas en el sistema de salud. El desorden institucional, la segmentación de coberturas, la demanda inducida, la ausencia de entes rectores. Sin embargo, uno de crucial importancia que surge del análisis de la carga de enfermedad es la conducta individual de las personas. De un relevamiento de fuente secundaria realizado en FAOSDIR sobre diferentes estudios y publicaciones, surgió que si bien la carga genética explica la propensión a enfermarse, tan o más importante, son las conductas cotidianas (Cuadro 1). La intuición detrás es que la principal causa de enfermedad son las afecciones cardíacas y vasculares que se derivan de los conocidos factores de riesgo: hipertensión, sedentarismo, sobrepeso, hipercolesterolemia. Factores todos prevenibles y controlables con buenas conductas de vida.

La diferencia entre promover y prevenir en salud

En las últimas dos décadas ha tomado preeminencia la noción de que es preferible prevenir que curar. Las campañas, los discursos, las acciones públicas, resaltan a la prevención como mecanismo efectivo de combate a la enfermedad basado en la detección y el accionar temprano. Sin dudas, es enorme la importancia de la prevención para eludir enfermedades o para controlarlas cuando son ineludibles. Evitando o controlando afecciones se eleva el nivel de bienestar y se utilizan los recursos sanitarios de manera racional.

Sin embargo, la prevención se funde dentro del concepto genérico de “promoción y prevención”. Cuando la promoción no es lo mismo que la prevención, aunque se las confunda. Prevenir es una “intervención” sanitaria. Es una consulta médica, un estudio diagnóstico, una vacuna, un medicamento preventivo. Promover la salud, en cambio, está mucho antes. No requiere de un médico, una pastilla o un estudio de control. Es algo mucho más simple. Es alimentarse adecuadamente, dormir bien, evitar el stress, realizar ejercicios físicos cotidianamente, no descuidar las prácticas higiénicas, evitar las adicciones (alcohol, tabaco, drogas, juego, etc), equilibrar el trabajo y el ocio. En suma, es lo que se conoce como vivir bien.

La diferencia es sustantiva. Mucha gente se queda con la impresión de que con acciones de prevención es suficiente. Se satisfacen con el hecho de que el “chequeo médico” da bien, o con la pastilla preventiva que el médico le prescribió, y descuidan o abandonan las acciones de promoción, es decir, las acciones del vivir bien que son la llave a una vida saludable (Cuadro 2).

En algún momento de la vida –fundamentalmente al final– todas las personas requieren atención médica. Pero la intensidad de las intervenciones, o la facilidad para curarse o sobrellevar la enfermedad, dependen de cómo se ha vivido. De cómo diaria y cotidianamente se han ejercitado las acciones de promoción durante la vida cuando se era sano. La nueva estrategia para la década debe enfatizar este mensaje. La buena salud depende de la calidad de vida. Cuando se vive bien, se enferma menos. Y cuando indefectiblemente la enfermedad llega, la prevención es más efectiva y la atención médica menos costosa en términos de sufrimiento humano y recursos sanitarios.


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